«Paramnesia» y Paramnesia











«Paramnesia»


Los epígrafes no son, como se sabe, ni siquiera condensadores de relatos o textos literarios. Son, en todo caso, posibles disparadores del texto propios del oficio, lo que se llama lumina orationis, oportunas apariciones que el autor pone a modo de reconocimiento, por hábito, por ociosa presunción, o incluso pueden haber sido colocados a posteriori de escrito el texto, ya que nada niega la posibilidad de este uso menos corriente. En este caso se trata de una cita del Marco Bruto de Quevedo: «No se ve cosa en el sol que no sea real» El cuento se llama «Paramnesia» y es de Juan José Saer.

El escenario es imponente, porque se opone o impone a los personajes, escenario tal vez propio del llamado naturalismo de la mejor factura. La situación no es nueva tampoco e importa poco; una cualidad de Saer se evidencia en que, en este, como en otros relatos, no le preocupa el final, pese a que el final puede que resulte cabal para un eventual lector. Por su parte, éste final, importa menos que la forma en que desenvuelve la trama. Algunas joyas verbales en el nivel de las acciones y de las descripciones ha logrado, a través de una prosa austera, que merecen referirse o anotarse literalmente.
Referir entonces las acciones a la manera clásica de argumento sería por ende insípido. Mejor puede ser, el subrayar ciertos cortes de frases de la propia trama siguiendo la secuencia propia del relato para mostrar cómo se desenvuelve. 

Hay un patio cuadrado de un "real" o fuerte. Hay un calor abrumador en tanto que el capitán, primer personaje visible, no lo sentía, y por eso desaprovechaba la frescura del amanecer sentándose al lado del fuego. El problema ya se instala en las primeras líneas: un personaje que realiza algo atípico.
Luego nos enteramos que este personaje, el capitán, apenas había dormido. "No cabía transición entre un día y otro", dice el narrador. Pero, el capitán, percibía con claridad los cambios graduales de instante a instante. 
Ya tenemos una pequeña inversión de la realidad: los días, que son sujetables eran indeterminables. Los instantes, en cambio, cuya naturaleza es imposible, recibían un seguimiento obsesivo de parte del capitán. Nos enteramos de más cosas. Hay cadáveres en el fuerte. Gangrena en los cadáveres. Pestilencia. La costra dura de barro seco adherida a la piel del capitán desde hacía días. Luego, el narrador evoca, como si mirara desde su personaje lo cual es casi un hecho ya que el narrador conoce su propio relato a través de este protagonista, el capitán. (Por lo demás este tipo de narrador ha sido designado narrador equisciente: se entera de lo que pasa a medida que avanza el relato). Así, la hojarasca en las inmediaciones del bosque, semicírculo de árboles detrás del real o fuerte, hojarasca no de abril o mayo sino de verano (febrero), donde las hojas eran grises, resecas, calcinadas, aparece desdibujada o envuelta en una suerte de discurso indirecto libre, una de las mejores formas de referir una realidad subjetiva del personaje acuñada por la narrativa del siglo XIX y que se caracteriza por una duda localizada en la hibridación de ese discurso por la cual nunca se acaba de saber si lo que se dice lo dice el narrador o lo dice el personaje.  
El capitán, poco después o tal vez nuevamente, cerca de la puerta, de espaldas al fuerte y acuclillado en dirección al río, separado de este por la hoguera. Vuelta al principio. 
El capitán "creía recordar" que al presionar en las hojas con los borceguíes crujían aquellas. El encomillado es nuestro -aunque se pudiera hablar de un ecomillado prosódico de Saer-: allí aparecen los guiños del autor. En esa locución escogida por el narrador nos enteramos de que ahora sí, por momentos, él sabe más que su personaje y es, además por aquí por donde el autor va construyendo la espesura filosófica del relato. También lo hace utilizando una suerte de discurso que llamaremos infrasciente, al que encomilla: "Uno puede levantarse y caminar hacia allí. Puede caminar sobre las hojas y hacerlas crujir" ("pensaba" dice el narrador). Esa idea insistía. Daba la impresión que ni respiraba. Emitía suspiros largos como respuestas a las pálidas manchas fosforescentes del interior de su mente. Miraba el fuego. Pensó que aunque no había dormido se había descuidado porque el sol ya estaba muy alto. "Cuando me vuelva, mi sombra vendrá detrás" (infrasciencia). Le llegó un quejido, reconoció en él al fraile, segundo personaje. El capitán entró en el fuerte. El fraile, en el centro del cuadrado, a medio incorporarse, contemplado o semicontemplado por el soldado de barba roja, tercer personaje, sentado éste con la espalda apoyada en el mojinete de una de los ranchos. En un discurso directo libre (diálogo) en el que el fraile le pide por favor agua al capitán, el capitán dice cortante "no". Ya podemos concluir por esbozar algunos rasgos para este personaje archiprotagónico: automatismo, sadismo, y delirio. 
Es, de alguna forma, el padeciente de la paramnesia, aunque el término paramnesia puede no ser exacto, lo que importa poco. Se le ocurre una pregunta para el soldado pero al ir hacia él, presta a sus pasos cuidadosa atención, aminorando la marcha, como si contemplara con disfrute. El soldado le contesta a la pregunta insistente que se deducirá, que es de Segovia. El capitán contradice, le dice que miente. El soldado replica que está endemoniado. Los pensamientos del capitán que hemos dado en llamar, respetuosos de las sugerencias del narrador, infrasciente -"ahora me levantaré, saldré del fuerte y caminaré hacia los árboles"- reflejan una mirada del entorno maníaca, puntillosa. El lector es equisciente (igual+saber) habida cuenta hay narrador equisciente. Estas son, por lo demás las imposiciones de un narrador que el autor impone y son nociones estructuralistas. (Esta separación entre narrador y autor ha sido un acierto de la teoría literaria por cuanto el narrador es un personaje del relato). El cuerpo del capitán, es breve y compacto, y reducido por el hambre. Sucede una evocación del fuerte por parte del capitán como se lo vería desde los árboles, tal como lo habrían visto los indios antes de acechar y atacar sacrificándolos "como a tigres". Como se ve, el narrador nos va dando noticias situacionales a medida que hace girar el relato. 
Va de nuevo hacia el soldado. Le pregunta si conoce al rey. Le ofrece agua pero jugando, como quien quiere decir algo por decir. El soldado le contesta que no, que le dé al fraile y que si le da le contará del rey. Más datos situacionales: El soldado tenía unos 50 años, el capitán podría haber sido su hijo. Otra vez el discurso indirecto libre: en una hora más el sudor dejaría estelas oscuras en las costras de barro adherido a la cara del capitán. Discurso indirecto libre porque responde -o no responde nunca- a la pregunta ¿y eso quién lo sabe? 
El capitán descubre en el suelo un jarro abollado, sale del fuerte, "su sombra lo precedía" (narrador) Infrasciencia: "Ahora estoy yendo en dirección al río". Narrador: "No pensaba con nada parecido a palabras: lo asaltaba de golpe la sensación de estar yendo..." El automatismo pudiera ser, lo dice mejor Saer en literatura, la previsibilidad torturante de los actos que se ejecutan espontáneamente. El capitán se para y mira las huellas que deja en la arena. El agua del río parecía móvil, apenas se movía en la orilla. El capitán llena el jarro sin enjuagarlo, a la pasada, de costado, sin detenerse. Va al fuerte. El infrasciente, eso que dijo el narrador que era poco más que ideas, fosforescencias, dice: "Ahora estoy yendo otra vez al fuerte". El narrador agrega: "seguido por su sombra". Esas ideas comprobatorias parecen estar allí como para afirmar la realidad que parecía diluirse y que por ello necesitaba recordar. Se agacha y le da al fraile diciéndole que tome y que se muera. El soldado le grita que se lo dé él. Apenas le da, el fraile ya vomita el agua y el capitán arroja el jarro a un costado, dejando al fraile tirado en el suelo, bajo pleno sol. Le exige entonces al soldado que le cuente: entonces el pelirrojo refiere, como una cantinela (aquí tenemos el personaje como narrador, la caja china, el relato enmarcado): que estaba cerca del camino real y vio pasar coches custodiados por soldados, con picas y banderas. Se corta en su relato y le pregunta al capitán si no va a enterrar los muertos. Sigue, instigado por el capitán: el segundo coche pierde una rueda y vuelca, los principales vuelan por los aires y el cochero se santiguaba y lloraba. 
No es nuevo en la literatura pero datos en ese relato enmarcado construyen la realidad del primero, como si el narrador economizara recursos, (o dicho así: propio del narrador Saer, que hace enterar al lector a través de los personajes); en ese relato enmarcado el que esté interesado podrá deducir la época de la acción, tal vez la colonización porque esos principales iban a "pertrechar las costas de España contra los moros." 
El capitán se para, descreído y despreciando lo que le han contado y se aleja sin mirar atrás. ¿Qué quiere saber si no va asumir como cierto lo que le responden o cuentan? 
Va hacia el bosquecito. Referencia insistente del narrador sobre el escenario, ya que nunca tal vez se alcanzaría a referir la topografía de un lugar que no es otro que el infierno, sobre todo cuando el focalizador monopólico del relato es el capitán: la orilla opuesta, en barranca; el río que viene desde una curva y se pierde en otra curva en otra dirección, y que por ello parecía ese pedazo de río, agua encajonada. El capitán absorbía la idea de ese lugar encajonado, absorbía que lo real era lo que estaba allí y nada más, sin origen ni continuación. El bosquecito trazaba un semicírculo alrededor del fuerte. Infrasciente: "Ahora me doy vuelta y miro el fuerte". Pasan dos pájaros negros, en línea recta, muy alto. Infrasciente: "Tienen que estar yendo a alguna parte. Hay otro lado de donde han venido. Deben haber venido de algún otro lado". (El narrador aclara, ahora sí aquí o por fin, que eso no era pensamiento sino manchas fosforescentes que no llegaban a cuajar del todo y desaparecían rápidamente). 
El capitán después vuelve al fuerte; el fraile echado en el sol, igual que como había quedado. El capitán se acuclilla y se pone a mirarlo. El otro, el soldado barbirrojo, le dice que lo deje en paz. El capitán le responde que le va cortar la cabeza. Vuelve al fraile y le pregunta si él también le contará el cuento del rey y Madrid. El fraile parece decir algo, pero no puede. En el Discurso directo (diálogo, o para ser más llanos: esa parte dramática que se encuentra en un cuento) el capitán le pide pero diciéndole o lo agrede diciéndole que le cuente (allí el narrador dará más datos situacionales) que sí hay un océano y que lo cruzaron con el adelantado y llegaron allí en expedición, de los indios y sus picas envenenadas, que no han estado siempre allí con "Judas" (el soldado pelirrojo) y que sí hay otro lugar (ironía extratextual, porque se está dirigiendo al ministro de Dios). 
A todo esto, resumiendo: tenemos un personaje activo y con la memoria vulnerada, que se mueve por el escenario y al moverse por él va construyendo el relato, que usa el lenguaje para cualquier otra cosa menos para comunicarse.
Luego va hacia el soldado y se sienta junto a él con expresión amistosa. Con voz afectuosa le dice "Judas" y que le cortará las orejas. Sigue diciéndole vejatorias cosas, que es un viejo loco, de la raza de Judas, pero que le agrada. Le dice que el sol pasa siempre para decirles que están allí y en ninguna otra parte. El soldado insiste en sepultar los cadáveres, dice "cristiana sepultura". El capitán lo manda a callar. En este pedido del soldado, y la respuesta negativa del capitán, por fin hay signos de comunicación, sólo para empezar a dejar de comunicarse. Se le pudiera sugerir un análisis austiniano o searleano de los diálogos para responder a la pregunta ¿qué se está haciendo con esas palabras? Si fuera posible la respuesta. 
El capitán mira los ranchos y el narrador aprovecha para describirlos: eran cinco, uno solo estaba sano, los demás quemados. El capitán apoya la espalda contra el mojinete y mira, como el otro, como "esperando algo, desde el cielo". Le ofrece membrillo. El otro niega. Es evidente que sabemos por lo dicho antes que no hay ningún membrillo. Le pregunta si cree que el fraile ha muerto y le exalta a contarle al Santo Oficio que él "se ha cagado en Dios y en sus muertos." El capitán luego tantea con los dedos la pared de adobe. Al bajarla piensa que el contacto era sólo recuerdo, que si los pasaba de nuevo se parecería al gesto anterior pero eso sería "sólo memoria, no recuerdo". El narrador hace esta distinción, se esmera en ello: "sólo memoria, no recuerdo". Agrega que el capitán sí tenía un recuerdo, uno solo, pero se le desfiguraba, no tenía la suficiente fuerza para traer "lo que" recordaba y estaba diseminado y entreverado en la hojarasca del bosquecito y sus árboles. El capitán podía sentir chocar la luz contra su cara y erizarse su barba y al sentir eso le prestaba atención y también sentía la luz de la que hiperbólicamente dice el narrador "se colaba a través de sus párpados apretados". Se queda dormido allí pero, en el acto, se despierta y se para de un salto llevando su mano al talabarte vacío. Esta palabra, talabarte, como se sabe, puede decir algo al lector sobre la época y el lugar, de la misma manera que lo hace el relato enmarcado que referimos antes. Ahora sí por primera vez en todo el relato el soldado mira al capitán. Este le pregunta si oyó algo. El otro le dice que ha oído al diablo riéndose de él. El capitán se acerca al fraile, vivo todavía, y le dice al soldado otra burla: que lo está esperando, (que no acaba de morir) porque no lo aceptan en el infierno sino va el soldado con él. Sale del real, al salir toma un poco de arena, y la arroja al aire; el narrador dice "el contacto con la arena fue enseguida memoria cuando lo arrojó". Va al río y se mete en el agua sin vacilar, como un suicida o una escena del cine europeo, lo que es más o menos lo mismo. Después se zambulle, andando un tiempo bajo el agua, incapaz de pensar. Al salir, el pelo pegado al cráneo, y lo pelos de la barba chorrean agua. (Todo muy cinematográfico). Luego se tiende en la playa a que lo seque el sol. Siente que el aire evaporara el agua, su piel calentarse "con un estridor sordo". (El autor, Saer, repite palabras a menudo, en un cuento o novelas, en este caso "estridor"). Se duerme de a poco, pero no se duerme del todo, y el sueño apenas dibuja borroneadamente las piedras de las ciudades ya muertas volviendo y las caras desvanecidas reaparecer para disolverse, "sin la constancia necesaria para probar su realidad". Infrasciente: "Ahora me vuelvo y voy en dirección al bosquecito para sentir otra vez el recuerdo de haber estado en él antes de haber entrado nunca". La apuesta filosófica del narrador ahora es más evidente: la paramnesia que da título al cuento, el paramnésico, el protagonista, ya no distingue entre un antes y un después. 
Va hacia el bosquecito donde la hojarasca, y el recuerdo vuelve en seguida, pero "venía solo" dice el narrador, "sin el recuerdo" "como si no existiese nada más que la posibilidad del recuerdo y después ninguna cosa real a que aplicarlo" Vuelve a donde había partido y apoyado en un árbol mira lo que tiene delante: el real, el fuerte. Sus ojos negros tienen una expresión atenta, pero entrecerrada, escrutadora. Sacude la cabeza y emite una risa rápida, típicamente nerviosa, y va al fuerte "seguido por una sombra brevísima". Va al fraile y se acuclilla; el fraile está muerto. Mira como un idiota "con vacua curiosidad" al fraile. Ve una mosca que ronda la boca del fraile, no la espanta, se queda observando la mosca. Está por maldecir al fraile cuando presiente un cambio, ¿su sombra ya no estaba, era el cenit? ¿De qué?: el pelirrojo no estaba donde estaba. Lo llama: "Judas". Va hacia la construcción intacta sorteando cadáveres o pisándolos. Dice que le dará membrillo y vino y dice unas procacidades: "aunque Judas haya  preñado a tu putísima madre". "Pedo de Satanás", le dice. Se detiene en la abertura, enceguecido por la oscuridad del recinto. Parpadea y ve al pelirrojo sentado en un arcón con el arcabuz apuntándole. Éste le reprocha que tiene que dar cristiana sepultura a los cadáveres para que el demonio lo deje. El capitán lo instiga a contarle del rey y Madrid, y le dice soplón (semánticamente, en este caso, observante de la ley). Le dice que le deje sacar el membrillo del arcón para darle. El soldado pelirrojo le advierte que no avance. 



Paramnesia

Según la Wikipedia paramnesia es igualable al déjà vu, en francés ‘ya visto’ experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva. Sin embargo hagamos la pertinente salvedad diferencial entre una palabra y otra: paramnesia quiere decir, a diferencia del término de origen francés, falsa memoria. El término francés fue acuñado por el "investigador psíquico" francés Émile Boirac (1851-1917) en su El futuro de las ciencias psíquicas
Lo que nos interesa es recortar algunas características para un somero cotejo. Lo más importante de estas dos sensaciones que semánticamente contrarias aparecen juntas en este fenómeno son la familiaridad y la extrañeza. Como sinónimos de extrañeza se usan, rareza, o sobrecogimiento. 
En primer término tenemos que decir que falsa memoria y déjà vu, no parecen pertinentes con lo esbozado en el relato de Saer. Falsa memoria, es más peyorativo que descriptivo. En el caso del "ya visto" es todavía muy vago. No así la característica mental que la define: extrañeza y familiaridad. Esto sí está en el relato. 
Arthur Funkhouser habría dividido en tres tipos principales al déjà vu, clínicamente inobjetables aunque teóricamente pobres: 
Déjà vécu, traducido como ‘ya vivido’ o ‘ya experimentado’. Al parecer "cuando la mayoría de la gente habla de déjà vu lo que realmente experimenta es un déjà vécu" puesto que incluiría más que el sentido de la vista, más detalles, por eso la denominación "déjà vu" sería inexacta. Muy bien entonces, corregir un término con una clasificación. Algo típico. 
Hay algo interesante -aunque vago- respecto al déjà vécu, que pudiera subrayarse: el hecho de que se lo cree más habitual en edades entre 15 y 25 años, ya que la mente aún está sujeta a advertir el cambio en el entorno.

Diremos algo de la sonsera científica; la taxonomía es como esbozamos, teóricamente pobre puesto que su formulación está viciada de terminología idiosincrática; así el déjà vu supone en la taxonomía la enunciación de un término que luego se trata de refutar, como ser el de precognición o profecía: estos vicios de los que está plagado el discurso científico consisten en esmerarse en refutar ferozmente otra idiosincrasia, que no es otra que la religión, partiendo o asumiendo -en un revés irónico que ni esos meros detractores suponen- como suyos esos términos. Así déjà vu, supone de entrada la precognición o profecía y de allí el pasmo del especialista. ¿Cómo explicar que la sensación de haber experimentado algo otra vez no es "realmente" haberlo experimentado otro vez? Por ello se esmeran en dividir las aguas de dos términos metafísicos: se "recuerda la impresión de una experiencia y no una experiencia". 

Déjà senti, ‘ya sentido’. Este tipo no es muy claro respecto del anterior puesto que se sugiere que aquí no habría precognición/profecía o digamos simplemente sensación de qué lo experimentado ya se experimentó lo que es propio del déjà vécu (denominado por el discurso científico justamente aquí como "falsamemoria"). Además se agrega que "rara vez permanece en la memoria de la persona que lo experimenta."
Digamos algo que nos resulta central sin lo cual se supone que no habría interés ni estudio de estos fenómenos: el hecho mismo de la precognición supone que lo experimentado ya experimentó y está certeza mental del individuo resulta a fin de cuentas lo que se acostumbra denominar delirio.

Déjà visité, o el extraño conocimiento de un lugar nuevo. Insistimos con el elemento delirante. Como con el segundo tipo (déjà senti), aquí colegimos que tampoco hay "precognición" según lo que se nos cuenta después: en este caso se sugiere que una persona puede saber encontrar el camino por una ciudad o lugar nuevo "sabiendo al mismo tiempo" que no puede ser posible. Se sugiere que leer una descripción detallada de un lugar puede desembocar en este sentimiento cuando más tarde se lo visita. Si el segundo ejemplo es confuso, este es pobrísimo, porque se circunscribe a la clínica de repetidos casos de individuos, unidos por esta circunstancia de una capacidad inaudita por la cual pueden ubicarse en un lugar desconocido. Uno de los elementos centrales sigue siendo esa unión entre extrañeza y familiaridad. 

Este dato parece coherente en medio de tanto rastrojo: "Taiminen y Jääskeläinen especulan que el déjà vu sucede como resultado de la acción hiperdopaminérgica en la zonas mesial y temporal del cerebro." Es evidente que si prestamos atención al personaje del capitán y lo cotejamos con los otros dos, el soldado y el fraile, podemos decir que el capitán padece una hiperdopaminergia. 

En el apartado de teorías no científicas se sostiene que el déjà vu es la memoria de los sueños, lo cual no resulta también satisfactorio ya que esto supone que lo soñado alguna vez luego reaparece en la experiencia y la solapa, creando esta sensación prevaleciente de que se está seguro de haber vivido la experiencia bajo un efecto embarazoso entre la familiaridad y la extrañeza. De más está aclarar, ahora, que la familiaridad supone que la experiencia no se sepulta del todo y que por ello provoca este cortocircuito de verosimilitud al ser invadido por una sensación que se propone experiencia, mientras ésta la "verdadera" experiencia, a la que correspondería el adjetivo de lo nuevo o extraño, se está ejecutando. (Curioso que de la experiencia se predique que sea nueva o extraña).
Esta suposición, sobre todo por la manera en que está expresada, tampoco deja buena impresión: "El déjà vu se da en los sueños muchas veces porque el cerebro está informando de algo que piensa, pero no lo piensa conscientemente y simplemente advierte." Sin negar que el déjà vu exista en el sueño, una forma arbitraria de dividir los sueños pudiera ser: 1ro, aquellos en los cuales las ideas se suceden, desfilan. 2do, aquellos en los cuales las ideas se suceden pero con una intensa sensación de que son reales. De hecho la impresión barnizada de angustia que casi todo el mundo conoce por la cual el "efecto" del sueño se desborda al reciente despertar por la duración de hasta algunos minutos no es más que una variante circunstancial del mismo delirio. En este segundo caso parece haber una exacerbación de la creencia al grado de certeza. ¿Certeza cuál? ¿Certeza hiperdopaminérgica? Por lo demás, todavía aquí no mencionadas, la ansiedad y mejor aún la angustia, son las sensaciones más proclives a generar el carácter indudable de lo que está sucediendo, ya sea en la vigilia o en el sueño. 

Hay otras patologías asociadas que no estaría de más referir. El Jamais vu, ‘nunca visto’, es referido como el caso en el que no se recuerda explícitamente haber visto algo antes. La persona sabría que ha ocurrido antes, pero la experiencia le resulta extraña. Este caso, a simple vista, parece el que más se parece al del cuento. Recordemos al capitán: el capitán "sabe" aunque siempre utiliza un discurso burlón, incrédulo e irritado, que ha venido de Europa y desembarcado allí, pero le resulta extraño que eso haya pasado.

Wikipedia tiene más clasificaciones, aunque nunca ingrata clínica. El caso de "Paramnesia reduplicativa" de suyo terminología extravagante aún más que las anteriores, es la creencia delirante de que un lugar o escenario ha sido duplicado, existiendo en dos o más espacios simultáneamente, o bien de que ha sido "reubicado" en otro lugar. Aquí, como en el déjà vécu, el padeciente está seguro de ello, el término "delirante" referido al principio lo refrenda. 
En este trance, se puede conjeturar por el mero gusto de parodiar esta terminología que en el cuento hay una "Paramnesia reduplicativa inversa" (ya que el capitán niega el traslado a América?, aunque con la salvedad de que no hay afirmación delirante, puesto que el capitán juega a estar seguro). En el caso de la descripción dada sobre paramnesia reduplicativa nos interesa destacar este párrafo porque muestra algún elemento cotejable al cuento: "Otras investigaciones tempranas aceptaban que el daño cerebral era un factor importante, pero sugerían que la desorientación era una "reacción histérica" motivada por el deseo de volver a casa.".  
En este párrafo aparecen claramente términos propios de la psicología (histeria, deseo) mezclados con otros de la neurología (daño cerebral, daño, cerebro). El cruce es fisicalista (daño cerebral) y conductual (histeria). Evidentemente, el componente conductual histérico es a partir de este párrafo totalmente aplicable al relato: más que el deseo de volver a casa, que no debería arriesgarse a suponer como cierto y del que no se pudiera alegar nada, el personaje tiene una actitud histérica apreciable en el uso que hace del lenguaje. Por decirlo de algún modo, el personaje investiga, mediante las preguntas al soldado y al fraile, al tiempo que se contesta, adelantándose, que no es cierto lo que "le van" a responder. 
Por último, resulta interesante lo que se dice respecto a las investigaciones más recientes: atinente esto a nexos con la literatura sobre el fenómeno de la confabulación, por el que los pacientes parecen evocar falsos recuerdos sin darse cuenta de que son falsos, asociados también con daños en los lóbulos frontales. 
Apréciese la patraña discursiva "parecen evocar falsos recuerdos sin darse cuenta de que son falsos": este caso tiene una salvedad respecto de los anteriores y es que no hay nada vivido que vuelva y se plante en o junto a la experiencia.